LA LEY DE SIEMBRA Y COSECHA 

 LA LEY DE SIEMBRA Y COSECHA 

LA LEY DE SIEMBRA Y COSECHA 

El éxito es simplemente cuestión de suerte. ¡Si no lo crees, pregúntaselo a cualquier fracasado!  Earl 

Newton descubrió la ley de causa y efecto; es decir, que a toda acción se opone una reacción equivalente. Se obtiene lo que se invierte. Si plantamos tomates no cosecharemos cardos. Es importante tener presente que éste principio tiene efecto en todo lo que hacemos y en todo lo que experimentamos. 

No podemos transgredir esta ley. Nuestra salud mental y física, nuestro éxito en los negocios y nuestras relaciones personales, son gobernadas según la misma fórmula que nos exige «pagar por adelantado». Lo fascinante de esta ley es que nunca sabemos a ciencia cierta cuándo recibiremos nuestra recompensa; cuándo obtendremos los beneficios del tiempo y esfuerzo que invertimos. Pero las recompensas siempre llegan, y la incertidumbre con respecto de su llegada contribuye a hacer la vida más emocionante. 

Además, lo que ahora tenemos en la vida es resultado de lo que hemos sembrado hasta la fecha. Si en la actualidad gozamos de excelentes amistades y relaciones afectuosas, se debe a que hemos preparado el terreno y sembrado la semilla. Si nuestros negocios florecen, es porque hemos realizado los esfuerzos necesarios para lograr buenos resultados. 

Si criticamos a la gente, seremos criticados. Si hablamos bien de los demás, los demás hablarán bien de nosotros. Si defraudamos, seremos defraudados. Si nos alegramos por el éxito de otros, probablemente lograremos más triunfos. Si decimos mentiras, nos mentirán. Si amamos, seremos amados. 

A lo largo de la historia, la Regla de Oro se ha expresado de muy diversas maneras, aunque su principio es constante: «Los demás te tratarán como tú a ellos. Lo que tú ofrezcas, eso mismo recibirás». 

En una tumba egipcia, cuya antigüedad se remonta al año 1600 a.C., están inscritas estas palabras: «Buscó para los demás el bien que deseaba para sí». 

Confucio dijo: «No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti». 

Aristóteles sentenció: «Debemos comportarnos con el mundo como desearíamos que el mundo se comportara con nosotros».  

La Biblia dispone: «Haz a los demás lo que quisieras que los demás te hicieran a ti». 

Estos principios se aplican a nuestras relaciones y también a lo que cosechamos en otras áreas de la vida. James Allen, en su libro Piensa como hombre, lo expresó así: 

Por una elemental ley, todo hombre llega al punto donde está; los pensamientos que ha incorporado a su carácter lo han llevado ahí, y en el concierto de su vida no existe el azar, sino que todo es resultado de una ley infalible. 

Cuando el hombre se considera creación de las condiciones externas, es vapuleado por las circunstancias; pero cuando se da cuenta de que él mismo es poder creativo, y que puede estar al mando de la tierra y de las semillas que, ocultas dentro de su ser, hacen brotar circunstancias, entonces se convierte en su propio amo. 

El que las circunstancias derivan del pensamiento de cada cual, es sabido por todo aquel que por algún lapso de tiempo ha practicado el control y la purificación de sí, pues habrá advertido que el cambio en sus circunstancias corresponde en exacta proporción al cambio en su condición mental. 

El ignorante siempre se margina. Sobre la gente notable piensa: «¡Cuánto quisiera tener su talento!» u «¡Ojalá tuviera su suerte!», aunque jamás reflexiona sobre los meses y años de esfuerzo que hicieron realidad el éxito en esas personas. ¡Cuán frecuentemente conocemos el caso de un artista que ha logrado el éxito «de la noche a la mañana» en el mundo del espectáculo, y luego nos enteramos que la nueva estrella llevaba quince años luchando! 

Lo maravilloso de la Naturaleza es que nos retribuye mucho más de lo que invertimos. Si plantas una pepita de calabaza, ¡no recibes a cambio otra pepita! Si así fuera, ¿para qué tomarse la molestia? La Naturaleza es muy generosa. Con pocas pepitas puedes cosechar un gran cargamento de calabazas. Insisto, este principio se aplica a todo lo que hacemos. ¡Pero primero es necesario abrir el surco para sembrar! 

EN SÍNTESIS 

La Creación es justa. Lo que sembramos, eso es lo que cosechamos. 

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